Biológicamente nos enseñaron desde chicos, que, como seres vivos que habitamos este planeta Tierra, cumplimos con el siguiente patron o paradigma:
- Nacemos
- Crecemos
- Nos reproducimos
- Morimos
Así, la muerte pasa a ser el “Gran Premio” de la vida, y nos acostumbramos a ello.
Con el tiempo, aprendi que la muerte no es el fin de una etapa, sino que nos atraviesa en todas las etapas de la vida, ya que en cualquiera de ellas podemos morir.
Eso me llevo a tomarme de otra forma el “vivir cotidiano”, es decir cada día cuenta, cada día se vive a full, no dejo nada que pueda hacer hoy, para mañana. Los momentos se disfrutan a pleno, se agradece cada hora vivida y compartida con seres que amamos, queremos o de alguna forma nos llenan el alma con su presencia.
Me alejé y me alejo de las cosas y de las relaciones tóxicas, aquellas que nos quitan la felicidad con la que vinimos al mundo y todos los días esta presente, solo que nuestro actuar va opacando.
Creo que la felicidad no es un momento o una colección de momentos. La naturaleza nos dio la inteligencia y la capacidad de amar, entonces para mí la felicidad lo es todo, en todo momento. Son nuestras decisiones, lo que hacemos, lo que vivimos, lo que nos da ese estado de bienestar o nos lo quita.
Por eso, aprendi que lejos de entristecernos ante una muerte, debemos celebrar la vida vivida con esa persona, recordar los buenos momentos, las alegrías que llenaron el corazón. La muerte de seguro vendrá algún día, es la única certeza que tenemos desde qué nacemos.
Lloraremos y estaremos un poco tristes, pero si pensamos en quién se fue, seguramente nos dirá:
“Se feliz !! Disfruta cada día !! Haz de tu vida un mundo maravilloso !!”